Las aplicaciones móviles se han convertido en el pan nuestro de cada día; en la herramienta necesaria (incluso imprescindible) para poder desarrollar nuestra vida digital. Todo lo hacemos a través de las apps: gestionamos nuestras cuentas bancarias, comprobamos el tiempo que hará, escuchamos música, nos informamos, leemos las noticias, compartimos en redes sociales… Hasta nos relacionamos (más o menos íntimamente, depende de cada quién) a través de aplicaciones en nuestros dispositivos.

La pregunta obvia es: ¿por qué tienen tanto éxito las aplicaciones? ¿por qué preferimos hacer todo a través de una app cuando podríamos hacer exactamente lo mismo a través del navegador web?

La respuesta es evidente: por comodidad. Es comodísimo estar a un clic de gestionar el hotel del fin de semana, reservar la clase del gimnasio de esta tarde o compartir una publicación en nuestras redes sociales.

Pero claro. Ya sabemos que comodidad y seguridad son términos antagónicos: cuanto mayor es una, menor es la otra y viceversa.

Además de en seguridad, esa comodidad tiene un precio en términos de privacidad. Y es que el desarrollar esas aplicaciones para que nos ofrezcan todo tipo de filtros y que estemos estupendos en las fotos que compartimos, así como todas las funcionalidades que nos brindan, tiene un coste muy elevado que se intenta sufragar mediante la venta de la información personal obtenida de cada uno de nosotros por el uso de esas aplicaciones.

La palabra clave cuando hablamos de aplicaciones es “permiso”. Es el quid de la cuestión y donde deberemos gestionar qué le permitimos y que no a la aplicación respecto a nuestros datos personales.

Atrás quedaron los tiempos en que “o lo tomabas o lo dejabas”, en el sentido de que las aplicaciones, en el proceso de instalación, pedían todos los permisos que consideraban oportunos y o los aceptabas todos o no continuaba el proceso de instalación.

Gestionando los permisos 

Pero la situación, afortunadamente, ha cambiado. Hoy en día, tanto en Android como en iOS, los permisos de las aplicaciones móviles se gestionan de uno en uno y, aunque la aplicación por defecto nos pida acceso a todo, podemos denegarlos de manera individualizada.

De hecho, la mayoría de las aplicaciones funcionan perfectamente aunque les retiremos muchos de los permisos que solicitan. Es cuestión de ir probando a ver qué funcionalidades dejan de operar al ir retirando permisos y buscar el equilibrio entre protección de nuestra privacidad y funcionalidades que queramos.

Es evidente que, si queremos enviar una foto a alguien o publicarla en alguna red social, la app tendrá que tener acceso a nuestra galería. Si no, difícilmente podrá subir la foto. O a la cámara si la vamos a hacer directamente.

Del mismo modo, el acceso a los contactos, por ejemplo, es obligatorio en WhatsApp. En caso contrario no podría saber a quién le queremos enviar un mensaje.

Sin embargo, WhatsApp no necesita acceder a nuestros SMS y lo pide (y normalmente se lo damos). Lo hace para que nos sea más cómodo (otra vez) el proceso de registro y no tengamos que teclear el código de confirmación que nos llega por mensaje. En ningún otro momento del uso de la app será necesario para un correcto funcionamiento. Sin embargo, hace uso de ese acceso una media de 20 veces al día.

Lo que está claro es que si piden permiso y se lo concedemos, lo usarán. De todos es sabida la “polémica” de si los móviles escuchan nuestras conversaciones. ¡Claro que lo hacen! Pero es así porque se lo hemos permitido. Les hemos autorizado a que accedan al micrófono y, claro, lo hacen.

Las stories de Instagram o de Facebook, que tanto éxito tienen, se crearon precisamente para eso: para obtener el permiso de acceso al micrófono (ya habréis comprobado que sin él, no puedes subir stories, aunque sea una imagen fija que no tenga sonido…).

Conclusión: todo el mundo concediendo permiso de acceso, y Mark Zuckerberg frotándose las manos y haciendo caja con todo lo que sabe de nosotros.

El poder de elegir

Pero no tiene por qué ser así. Podemos tener retirado ese permiso, activarlo para subir una story y volver a retirarlo una vez subida. Instagram seguirá funcionando exactamente igual y no te estará escuchando constantemente.

Una vez más es una cuestión de comodidad. Hacerlo así es más seguro, pero… mucho más incómodo.

Lo que nos debe quedar claro es que, si queremos proteger nuestra privacidad y que nuestros datos estén seguros (o menos expuestos), deberemos, además de revisar uno a uno los permisos de cada aplicación, sacrificar un poquito esa comodidad y realizar un par o tres más de clics en vez de dejar todas las configuraciones tal y como a los diseñadores de esas apps les gustaría que estuvieran: accesibles al cien por cien.

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