Controlar el ratón del ordenador, poner música con la mente, curar enfermedades como la depresión, la ansiedad o el párkinson, combatir pérdidas de memoria, vista o audición… y todo con un chip implantado en el cerebro. No, no es Black Mirror ni Futurama, son las nuevas aspiraciones del conocido emprendedor Elon Musk. El promotor de Tesla, Paypal o SpaceX trabaja desde 2016 en la fabricación de un chip del tamaño de una moneda que se implantaría en el cerebro, con carácter reversible, y que se cargaría cada noche como si de un smartphone se tratara aunque, eso sí, de manera inalámbrica.
La creación de interfaces que conecten el cerebro con ordenadores o dispositivos móviles no es, sin embargo, algo que nos suene a chino, pues ya existen empresas que han logrado mover prótesis robóticas a través de chips implantados en la cabeza. Neuralink da un paso de gigante, de momento intangible, al plantear la posibilidad de que un dispositivo capte la actividad cerebral para ayudar a controlar la salud del usuario.
En la presentación de los progresos, Elon Musk contó con la presencia de los cerdos que están siendo objeto de estudio. Gertrude llevaba dos meses con el chip implantado y el público pudo observar su actividad cerebral a través de un gráfico. Otro de los animales ya había tenido el chip anteriormente, pero se lo habían retirado con éxito tan solo para evidenciar que la “operación” es reversible y que el cerdo presumía de vida feliz y saludable.
Todos nuestros sentidos, sentimientos, dolores… son señales eléctricas enviadas por neuronas a nuestro cerebro, y a problemas de conexión eléctrica, explicaba Musk, se requieren soluciones de las mismas características. Por esta razón, al magnate sudafricano no le resulta descabellado plantear su chip como instrumento para combatir la depresión, las adicciones, el alzhéimer, los dolores extremos o el insomnio, circunstancias, además, por las que casi todos podríamos pasar en algún momento de nuestra vida. El pequeño aparato procesaría la actividad física y cerebral y enviaría la información a nuestro teléfono móvil mediante Bluetooth. Se trata de desarrollar una cognición superhumana para combatir la amenaza de la inteligencia artificial.
El proyecto ya cuenta con el visto bueno de la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos) a pesar de no saber cuándo o en qué condiciones se iniciarían los ensayos en humanos. Lo que parece que sí es seguro es que será un robot quirúrgico el que lo implante en menos de una hora sin requerir anestesia general. Esta sería la respuesta al reto que supone introducirlo sin dañar el tejido cerebral, dado que estamos hablando de insertar hilos de escala milimétrica en áreas del cerebro que controlan el movimiento.
Pero no todo va a ser de color de rosa para Neuralink. Las ambiciosas aspiraciones han chocado con la posición de expertos que apuntan a la falta de evidencias de los beneficios médicos tras el experimento realizado con los cerdos. Y es que la grandilocuencia de Musk empaña por momentos la verosimilitud de sus ideas, aunque no hay que subestimar en absoluto los recursos de quien ya acostumbra a sorprendernos cuando todo apunta a una locura más en su historial (¿Quién, sino, podría crear una ciudad autosuficiente en Marte para el año 2050? ¿O lanzar cohetes reutilizables al espacio? ¿O desplegar satélites para crear una red de alta velocidad que proporcione internet a todo el mundo? Ya ha lanzado 420 de los 12.000 previstos).
Neuralink tiene su sede en San Francisco y cuenta con 90 científicos e ingenieros. Con la presentación de los avances, Musk también pretendía llamar la atención de la comunidad científica para que se unieran al desarrollo de esta nueva tecnología. “Con el equipo adecuado, las aplicaciones de esta tecnología son ilimitadas”, dice en su web, y pensar a lo grande facilita un camino a priori lleno de trabas, críticas y complicaciones. Nadie dijo que ser un visionario pudiera aprenderse en los libros.