Hoy en día todos tenemos una doble identidad. No porque seamos, obviamente, espías secretos o miembros de un comando especial de intervención, sino porque el mundo en el que vivimos podemos distinguirlo en dos versiones: el mundo real y el mundo digital.
Es evidente, ya lo hemos comentado en muchas ocasiones, que cada vez hacemos más cosas en internet, en el mundo digital. Nos relacionamos, trabajamos, adquirimos bienes y servicios, contratamos viajes, estudiamos, llevamos nuestra economía y nuestros impuestos… Poco se escapa ya a este mundo de ceros y unos.
debemos ser consientes de la cantidad de información que generamos y de cómo nos define y clasifica
De hecho, para las generaciones jóvenes (y para algunos no tan jóvenes) ya pesa más ese mundo digital que el mundo real, habiendo pasado para ellos esa relación “fifty-fifty” que podríamos considerar como tope.
Esa dualidad entre el mundo real y el mundo digital es lo que hace que tengamos esa doble identidad. Así, del mismo modo que nuestros datos personales, lo que hacemos, dónde trabajamos, nuestro aspecto físico o estilo de vida conforman nuestra identidad en el mundo real. En definitiva, todo lo que hacemos en el mundo digital conforma nuestra identidad digital.
Conformando nuestra identidad digital: ¿cuánto hay de real?
Las publicaciones que hacemos, las interacciones en redes sociales (los likes, especialmente), los contactos que tenemos, las redes que utilizamos, el tiempo que pasamos en la red, lo que dicen de nosotros… todo ello define y da forma a nuestra identidad digital.
Lo lógico sería que ambas identidades fuesen, si no iguales, al menos extremadamente parecidas; que nos mostráramos en el mundo digital tal y como somos en el mundo real.
No parece tener demasiado sentido que nos vendamos en redes como deportistas, simpáticos, trabajadores y felices y luego seamos unos amargados que no nos levantamos del sofá en todo el día. Sin embargo, no dejamos de ver en las redes sociales vidas aparentemente perfectas y felices donde todo está orientado al postureo y al hedonismo impostado.
El problema viene cuando llega el momento de comprobar la veracidad de esa identidad digital que nos hemos creado.
Lo que publiquemos online debería ser consistente con nuestra identidad real
En la actualidad, más del 70% de las grandes empresas y consultoras de recursos humanos comprueban la identidad digital de los candidatos en un proceso de selección. Y lo hacen incluso antes de chequear su curriculum, de tal manera que, si no les gusta lo que ven o no concuerda con el perfil que están buscando, descartarán al candidato sin siquiera llegar a comprobar que su CV es extraordinariamente brillante y se adapta como un guante a lo exigido para el puesto.
Deberíamos ser conscientes de la cantidad de información que generamos a diario y de cómo esa información nos define y nos clasifica, llegando a dibujar con exactitud una imagen, una identidad digital, que nos identifica inequívocamente en la red.
Una cuestión de calidad (y no cantidad)
Del mismo modo que nos esforzamos por tener una imagen impecable (o a nuestro gusto), ser educados y que nos respeten por nuestros valores en la vida real, así debería ser también en la red. Tratar de no publicar información en exceso, vigilando la configuración y los ajustes de privacidad de nuestras publicaciones e interacciones en redes y por supuesto, que la que publiquemos vaya en consonancia con la imagen que queramos proyectar de nosotros y sea consistente con nuestra identidad real.
Incluso en el caso de que no tengamos presencia activa en redes sociales seguiríamos teniendo identidad digital. Porque en la red estamos expuestos a que cualquiera nos cite, hable de nosotros, publique una foto en la que salimos…
Todos, por tanto, deberíamos trabajar adecuadamente nuestra identidad digital y que se adecúe a la imagen que queremos trasladar a los demás. Sin olvidar que todo lo que hagamos en la red queda registrado, es analizado, estudiado, clasificado y tabulado y, precisamente por eso, nos define.